Leslie Feinberg (1949-2014) nació en Estados Unidos en el seno de una familia judía de clase trabajadora y si bien no terminó la escuela media superior teniendo que emplearse desde muy joven, no le bastó más que su propia experiencia como lesbiana, transgénero y obrerx para dedicarse tanto a la escritura como a la militancia. Se unió a los veintitantos años al Workers World Party y llegó a ser editor/a y columnista de su órgano de difusión Workers World. Este texto forma parte de una serie de varios capítulos escritos para éste sobre la historia del Movimiento LGBT en diferentes partes del mundo, enmarcada en la lucha de clases. Leslie quería que no sólo se le recordase como un/a guerrerx transgénero, sino también como comunista.
Las rebeliones de la década de 1960 que estallaron en respuesta a las redadas policiales en bares gays y trans, culminando en 1969 con la Rebelión de Stonewall en Greenwich Village, Manhattan, no fueron guiadas o apoyadadas por las organizaciones nacionales de homosexuales y lesbianas. La política de estas organizaciones, principalmente blancas y de clase media – Mattachine y Daughter of Bilitis – les había impedido que se unieran con lxs más oprimidxs.
Lxs líderes de ambas, Mattachine y DOB, en su apelación al establecido de derechos, habían acentuado la necesidad de adherirse a las maneras de vestir y de comportamiento de género. El código de vestimenta impuesto por ambas organizaciones excluyó la variante de género de lesbianas y hombres gays, atrayendo a sus filas en cambio a esxs que podían “encajar”.
Aquellxs cuya expresión de género no podía ajustarse fueron atraídxs por la fuerza social de la comunidad fundada en los bares de gays y lesbianas. Como resultado, los bares fueron a menudo difíciles de categorizar como gays o lésbicos a diferencia de bares drags (transgénero, en el lenguaje de hoy), ya que aquellxs que eran de género variante, así como amantes del mismo sexo, forjaron alianzas sociales allí. En una era de total segregación racial, los bares con frecuencia también eran multirraciales – negros, latinxs, nativxs y blancxs – en algunas ciudades.
Los dirigentes de Mattachine y DOB culpaban a la vestimenta y al comportamiento tanto como a la visibilidad social del travestismo de lesbianas butch y drag queens en los bares de la clase obrera, por atraer las violentas redadas policiales.
La misma perspectiva política que guardaban Mattachine y DOB de defender al más oprimidx terminaron por dividirlxs también entre ellxs. Algunos de los hombres de Mattachine culpaban a las lesbianas de ser “separatistas” por formar su propia organización. Este argumento ignoraba la carga que las lesbianas enfrentaban como mujeres. Esto también permitió a los hombres desengancharse de su propia lucha contra el sexismo.
Por otro lado, en vez de unirse a los hombres para confrontar la brutalidad policial, algunxs de lxs dirigentes de DOB culparon a los hombres gays the Mattachine por ser arrestados mientras tenían sexo afuera de sus casas.
Ken Burns, quien se impulsó a ser presidente de Mattachine sobre una ola de anticomunismo, argumentó que “debemos culparnxs a nosotrxs mismxs por nuestra propia situación. ¿Cuándo vamos a darnos cuenta los homosexuales que para que la reforma social sea efectiva, debe ser precedida por una reforma personal?”.
Las editoriales en Ladder –la publicación ampliamente circulada de DOB – denunciaba a las lesbianas que vestían pantalones y cabello corto, aconsejándoles a hacer “un poco de ‘patrullaje’ por su propia cuenta”.
Lucha de clases
Barbara Gittings, la trabajadora lesbiana de biblioteca quien fundó la primer sección de DOB en la Costa Este de Manhattan en 1958 y quien editó Ladder por tres años, habló con el historiador Jonathan Katz en una entrevista en 1974 acerca de la dirección de DOB para “encajar”.
Gittings representó una corriente de izquierda en DOB y más tarde encabezó la Fuerza Especial de la Gay Liberation of the American Library Association.
Gittings recordó: “La apariencía y el comportamiento fueron muy importantes. Necesitábamos la aceptación de la sociedad, eso pensábamos, así que nos preparamos para conseguirla. Hubo un incidente en una de las primeras convenciones nacionales de Daughters of Bilitis (en Los Ángeles, creo), donde una mujer que había estado viviendo casi como travesti la mayor parte de su vida fue persuadida, para la finalidad asistir a dicha convención, a vestir un atuendo femenino, a arreglarse ella misma tan ‘afeminada’ como pudiera, dado que las prendas femeninas eran totalmente ajenas a ella.
“Todo mundo se alegró sobre esto como si alguna gran victoria hubiera sido cumplida, la ‘feminización’ de esta mujer. Hoy estaríamos horrorizados ante cualquiera que pensara que este tipo de evangelismo tiene un propósito legítimo. Sin embargo, en el momento, me uní al regocijo. Al mismo tiempo había ahí alguna especie de reserva en mí mente; sentí que había algo grotesco respecto a estas mujeres tratando de lucir ‘normal’ con el propósito de aparecer en esta convención.”
Tanto Mattachine como DOB argumentaban que el código de vestimenta creaba un espacio seguro para homosexuales y lesbianas, ya que el travestismo era contra la ley. Por supuesto, también lo fue el amor del mismo sexo. Tratando de distanciarse así mismos de la desviación de género no protegían a la organización del Estado. Lillian Faderman escribió en su libro “Odd Girls and Twilight Lovers” que informantes de la policía se habían infiltrado en DOB durante la Guerra Fría y estaban canalizando los nombres de los miembros del grupo al FBI y la CIA.
En realidad, la exigencia a adherirse a la conformidad de género fue sólo una expresión de la lucha de clases dentro de lo que se convertiría el movimiento moderno de lesbianas, gays, bisexuals y transexuales (LGBT). El código de vestimenta reveló en sí mismo la distancia entre las necesidades y las demandas, de la clase trabajadora y de los sectores más oprimidos de la población LGBT, y aquellxs de clase media. El historiador John D’Emilia escribió: “DOB tomó especial cuidado en disociar a la mayoría de las lesbianas de lxs clientes de los bares. Las mujeres homosexuales ‘no son unas parranderas’, delcaró un oficial, ‘sino personas con empleos estables, la mayoría de ellas en buenas posiciones’”.
Además, este llamado a “encajar” dejó al descubierto que lxs dirigentes de DOB y Mattachine buscaron a los gobernantes de la sociedad para que los guiaran hacia sus bien merecidos derechos, no a lxs gobernadxs.
No obstante, cartas dirigidas al editor de Ladder revelaron que no todo mundo estaba de acuerdo con la propuesta política de culpar a aquellxs que quedaran fuera del código de vestimenta de la organización.
Por ejemplo, la dramaturga afro-americana Lorraine Hansberry – autora de Raisin in the Sun – escribió varias cartas a Ladder. Llamaba a poner fin a las “conferencias… sobre cómo parecer aceptable al grupo social dominate. (…) Unx es oprimidx o discriminadx porque es diferente, no ‘incorrectx’ o ‘malx’”.