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A ella no le gustas tanto – Nina Power

¿Cómo describir mejor la colonización del cuerpo en esta coyuntura particular de la vida capitalista? Muchas teorizaciones recientes se han centrado en una especie de guerra de afectos donde la depresión, la euforia y otros estados del ser son leídos no sólo como meros signos o síntomas, sino como directamente producidos por (y producto de) relaciones económicas particulares. La noción de Franco «Bifo» Berardi de «semiocapitalismo» ha intentado rastrear las implicaciones del ciberespacio y el tiempo cibernético para la mente y el cuerpo cada vez más deprimidos del sujeto contemporáneo. Herve Juvin, en el reciente texto The Coming of the Body, ha intentado de manera similar describir qué significa para la vida contemporánea cuando el cuerpo se ha convertido en el «portador» de todo significado, donde cada aspecto de la existencia es intercambiable, donde nada está oculto o es ocultable. Mientras la trayectoria de este tipo de análisis no es exactamente nuevo, incluso cuando recuerda ocasionalmente a la vasta literatura feminista sobre el cuerpo, afecto y trabajo desde la década de 1960 en adelante, hay algo novedoso sobre la peculiar combinación de consumismo, desesperación, visibilidad e inmadurez que caracteriza a la vida de posguerra en sus últimas etapas. Es esta nueva «fisionomía del capital», donde «el crédito generalizado que gobierna cada intercambio… golpea dentro de la imagen de su vacío uniforme el ‘corazón de las tinieblas'» de cada «personalidad», de cada «carácter» que Tiqqun aborda en este breve y deliberadamente fragmentario texto publicado por primera vez en Francia en 1999. La cuestión de género se plantea aquí, allá y en todas partes, desde el título del libro, los extractos de revistas dirigidas a mujeres que Tiqqun esparce a lo largo del texto, hasta algo mucho más nebuloso y perturbador en el corazón de su proyecto.

Primeros materiales para una teoría de la Jovencita es un texto que parodia y refleja la misoginia que resuene en el corazón de una cultura que celebra la juventud y la belleza por encima de todo lo demás, mientras que simultáneamente denigra a los portadores – mujeres jóvenes, abrumadoramente – de estas supuestamente deseables características. La traductora del texto, la poeta Ariana Reines, ha escrito sobre la reacción visceral que le generó la tarea. La traducción, escribe en la revista en línea Triple Canopy, «me dio migrañas, me hizo vomitar; no podía dormir por la noche, regresé a un comportamiento sexual totalmente fuera de lo normal». De hecho, es un libro que perturba en su implacable descripción del cuerpo consumista y completamente armado de un mundo en el que «aunque todo el mundo siente que su existencia se ha convertido en un campo de batalla en el que las neurosis, las fobias, las somatizaciones, la depresión y la ansiedad parecen un retroceso, nadie ha comprendido todavía realmente lo que está sucediendo o lo que está en juego». El lenguaje de colonización, inmunización, carne y fluidos. El lenguaje de la colonización, la inmunización, la carne y los fluidos se filtra a través del marco abstracto del análisis de imágenes, la estructura económica y las cavilaciones sobre la modernidad: «la Jovencita no te besa, te babea a través de sus dientes. Materialismo de la secreción». Si partes del texto se leen como un manual de venganza con inflexiones teóricas para hombres nerds, se supone que este efecto es, en un nivel, intencional. La cita de Hamlet que aparece al inicio del texto, «I did love you once», insinúa traiciones pasadas al igual que la afirmación de que el «el ‘sexo masculino’ se convierte tanto en la víctima como en el objeto de su propio deseo alienado». Pero, ¿quién es este «sexo masculino» si todo el mundo está permanentemente obligado a «autovalorizarse», es decir, a ser una Jovencita? ¿Qué queda del cuerpo, del amor, de la personalidad cuando toda la vida se asemeja a un cruce entre una hoja de cálculo y un horóscopo? «La infelicidad hace a las personas consumir», se lee en una declaración aforística, y sin embargo, la infelicidad parece ser todo lo que hay, incluso cuando todo chilla de satisfacción y alegría.

Pero, ¿por qué la Jovencita? ¿Quién es ella y qué tipo de teoría se presenta aquí? Estilísticamente Tiqqun opera en el espacio-vacío especulativo creador por el estilo situacionista y la prodigiosidad agambeniana; el détournement conoce la poética ontologizante. El estilo es asertórico, incluso cuando las afirmaciones hechas son altamente valorativas. Cientos de sentencias comienzan «La Jovencita es…». Esta afilada repetición es mejorada sólo un poco por el uso de varios estilos de fuentes y la inserción de citas no sólo de revistas para mujeres, sino también de Baudrillard, de la novela Ferdydurke, de 1937 de Witold Gombrowicz, manuales de instrucción espiritual y textos sobre desórdenes alimenticios. Imaginar que Tiqqun está hablando de jovencitas «reales» sería, por supuesto, una extravagancia óntica ya que la Jovencita es «obviamente no un concepto de género» y, además, el libro es poco más que «teoría basura». Tiqqun explica que cada sujeto consumista de la posguerra, cada «ciudadano modelo», cada portador del poder es la Jovencita: «Todas las viejas figuras de la autoridad patriarcal, desde estadistas, jefes y policías, se han jovencitizado, hasta la última de ellas, incluso el Papa». Y, sin embargo, el libro no se llama precisamente «Teoría del Papa marchito». Entonces, ¿qué hacer con la adopción de la retórica de género al servicio de una teoría de la «guerra total» librada en los cuerpos de todos? El punto político es la afirmación de que «el proceso de valorización, en la fase imperial, ya no es simplemente capitalista: COINCIDE CON LO SOCIAL». El amor ha sido transformado desde la «seducción fordista, con sus sitios y momentos designados, su estática y proto-burguesa forma de pareja, hasta la seducción posfordista, difusa, flexible, precaria y desritualizada que ha extendido la fábrica de la pareja a todo el cuerpo y al conjunto del tiempo-espacio social». Sin embargo, la ecuación de Tiqqun con «juventud» y «feminidad» es extrañamente anticuada, se remonta a los estereotipos de las mujeres como portadoras de una sociabilidad en forma de chisme: «Habladuría, curiosidad, equivocación, rumores, la Jovencita encarna la plenitud de la existencia inauténtica cuyas categorías identificó Heiddeger». La Jovencita es una charla ociosa fundamentada, una existencia inauténtica hecha Reina: «Precisamente por su nada, cada uno de sus juicios lleva el peso imperativo de todo el orden soberano, y ella lo sabe«.

Entonces, para permanecer en el nivel de lo inauténtico, la tentación de leer ónticamente por un momento, ¿es este un libro sobre mujeres, o sobre «mujeres» (o, más bien, sobre «jovencitas»)? La traductora señala: «la generización del francés no es la única forma de explicar el hecho de que este libro, a medida que se acumula, se convierte – en algunas secciones más que en otras – en un libro sobre mujeres». De hecho, es imposible no cosificar la crítica a medida que el libro avanza, mapear las afirmaciones en imágenes reales, aunque vagas, de particulares tipos de cuerpos («La Jovencita se ve a si misma como la poseedora de un poder sagrado: el poder de las mercancías; LA JOVENCITA SE PARECE A SU FOTO; Sin duda no hay un lugar donde uno se sienta tan terriblemente solo como en los brazos de la Jovencita»). Mientras Tiqqun se centra en las revistas para mujeres, tanto como lo hizo Mary Wollstonecraft doscientos años antes, es fácil expandir su análisis para abarcar los desarrollos de las redes sociales que han tomado lugar desde la publicación original del libro: el control facial y el imperativo de auto-valorización de Facebook, los interminables reposteos meméticos de tumblr, los blogs de moda, etcétera. Pero, ¿qué significa realmente esta dominación del Espectáculo? La Jovencita es «moneda viva», afirma Tiqqun, recogiendo la frase de Pierre Klossowski. Su culo es una máquina de guerra: «Las nalgas de la Jovencita no poseen ningún valor nuevo, sólo la depreciación sin precedentes de todos los valores que lo precedieron». Pero, ¿la espectacular dominación de Pippa Middleton, por ejemplo, realmente nos dice algo sobre la economía? «En tiempos de la Jovencita, la mujer se vuelve la metáfora de la moneda», afirma Tiqqun, y mil vallas publicitarias seguramente estarían de acuerdo: sin embargo, esta historia de portada enmascara verdades bastante más descuidadas; las mujeres quizá sean la metáfora de la moneda, pero empíricamente no tienen mucho de eso en este momento. Tiqqun está a punto de echarle la culpa a la Jovencita misma, incluso cuando la lectora lucha en su mente por reemplazar una imagen de una adolescente socialmente integrado con la de, digamos, Berlusconi (lo citan aquí: «me han herido en lo más preciado: mi imagen»), el Papa o cualquier cantidad de figuras de autoridad masculinas. Pero la Jovencita es sobre todo alienación en el sentido de ser profundamente infeliz y que el libro finalice con una discusión sobre que la anorexia no es casualidad: «Ella es un cuerpo sin alma soñando que es un alma sin cuerpo». La anorexia es «el deseo de liberarse a sí mismo de un cuerpo totalmente colonizado por el simbolismo de la mercancía». La Jovencita puede estar «en contra del comunismo», como dice una sección, pero es muy consciente del mundo en el que se encuentra. ¿Qué significaría, en última instancia, dejar que la Jovencita hable por sí misma y no a través de las categorías que le impone una cultura que la anuncia como la cúspide metafísica de la civilización al mismo tiempo que la denigra, o incluso de las categorías que Tiqqun moviliza para desarmarla de una manera sutilmente diferente? Detrás del culo de cada Jovencita se esconden un montón de hombres blancos ricos: la tarea no es seguramente entonces, destruir a la Jovencita, sino destruir el sistema que la crea y que la hace infeliz, quienquiera que «ella» sea.